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Una familia de cultivadores de fresas tenía grandes sueños, luego vino la pandemia

The strawberry-growing Carranza family
Tres miembros de la familia Carranza, de izquierda a derecha: Cruz, 43, su padre, Javier, 62, y su hermano Flavio, 21, en el condado de Ventura.
(Mel Melcon / Los Angeles Times)
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Padre e hijo recogían fresas a la luz del sol de la tarde en la llanura de Oxnard.

Los hombres, Javier Carranza, de 62 años, y su hijo Cruz, de 43 años, apilaron la fruta madura en cajas de cartón destinadas a los mercados de agricultores. El padre en una fila y el hijo en otra, se movían constantemente de un montículo a otro.

Una o dos veces, los recolectores se comían una de ellas, probando el sabor de su cosecha. Sí, estaban listas para su venta. No eran, como tantas variedades de los supermercados recogidas antes de su madurez. Como para enfatizarlo, Cruz se inclinó para ofrecerle al visitante una fresa roja brillante.

La era de la pandemia le da a este gesto de la vida agrícola, normalmente amable, una nueva capa de riesgo. ¿Podría esta fruta cultivada orgánicamente haber sido contaminada por algo diferente a la suciedad normal? La fresa no había estado en otro lugar que no fuera aquí, donde creció. En un mordisco, la mezcla ácida y la dulzura sacudió el cerebro.

No hay nada como el sabor de una fresa fresca de California, uno de los productos agrícolas más abundantes y emblemáticos del estado. Carmesí, brillante en cualquier luz, firme pero jugosa, la fresa es una maravilla del sabor que se ha cultivado en las llanuras costeras durante generaciones.

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Padre e hijo continuaron su cosecha. Parecía un momento casi idílico, como si la nueva pandemia de coronavirus no estuviera girando a su alrededor, y ahora amenazara su sustento. La temporada alta de fresas en el sur de California se acerca en mayo. Sin embargo, con los restaurantes cerrados y algunos mercados agrícolas suspendidos, la demanda ha disminuido. La familia Carranza está preocupada.

“Antes del coronavirus, vendíamos todo”, aseguró Javier con voz rasposa y gentil. “Y ahora es cada vez más lento. Estamos vendiendo aproximadamente la mitad”.

Cruz Carranza, left, and his father Javier Carranza plant sunflowers
Cruz Carranza, izquierda, y su padre, Javier, plantan girasoles en la parcela de la familia.
(Mel Melcon / Los Angeles Times)

Agregando urgencia a la incertidumbre, este año los Carranza hicieron algo que nunca habían hecho antes: juntar dinero e invertir directamente en el comercio. Poseen un acre de fresas, dividiendo costos y ganancias con el propietario, el conocido agricultor Phil McGrath, además de cuatro acres más alquilados para flores y verduras.

“Verificamos una por una, buscando aquellas que están completamente rojas, para que tenga el mejor sabor posible”, explicó Cruz. Si no, “¿qué va a pasar con nuestro producto, señor? Se queda aquí”.

La familia Carranza es una unidad rara en el suministro de fresas del estado. No son trabajadores en una gran granja industrial, como a los que se les paga por caja, sino una empresa completamente familiar que vende a restaurantes y en cinco mercados de agricultores: Santa Mónica, Hollywood, South Pasadena, Ojai y Santa Bárbara. Al menos hasta hace poco, antes de que el coronavirus comenzara a forzar cierres.

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Su parcela se encuentra en la Granja Familiar McGrath en Camarillo, prácticamente abrazando la Autopista 101. La granja heredada, fundada hace un siglo y medio por los antepasados de Phil McGrath, se ha subdividido a lo largo de los años. Se arrienda una superficie considerable a una compañía que cultiva para Driscoll’s, la marca más grande de bayas en América del Norte. Una porción de la tierra se alquila a pequeños agricultores orgánicos como los Carranza.

Javier Carranza se mudó de México al norte a principios de la década de 1980. Comenzó a laborar en McGrath en 1997 como trabajador de campo. Pronto su esposa, Teresa, y sus hijos se unieron a él. Flavio Carranza, el más joven, llegó en 2002 a la edad de 4 años.

Una tarde reciente, Flavio caminó entre los campos de su familia, reflexionando sobre el futuro. Es un tipo alegre con una complexión pequeña. A los 21 años, tiene aproximadamente la misma edad que los hijos mayores de su hermano Cruz, que técnicamente son sus sobrinos. Todos juegan un papel en la operación familiar.

 Javier Carranza, left, and his son, Flavio, display strawberries that the family has grown
Javier Carranza, a la izquierda, y su hijo Flavio muestran parte de su cosecha.
(Mel Melcon / Los Angeles Times)

“Mi papá, mi hermano, mi madrina, están aquí en primera línea de la cosecha”, dijo Flavio.

Habla mejor inglés que su hermano mayor o su padre, por lo que Flavio, que funciona como el portavoz no oficial de la familia, y los hijos de Cruz, se ocupan de las partes del negocio orientadas al cliente: logística, contabilidad, transporte y venta en el mercado. La esposa de Cruz, Olga, también trabaja en los cultivos de la familia. Teresa, la matriarca del clan, juega un papel importante, preparando comidas para los trabajadores de campo del clan, en un horario fijo.

Mi padre, mi hermano, mi madrina, están aquí al frente de la cosecha.

— Flavio Carranza

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“Y así es como mi familia se emplea a sí misma”, comentó Flavio.

Los Carranza emigraron del estado mexicano de Michoacán, lo que los convierte en una anormalidad. La mayoría de los trabajadores en la temporada de recolección de fresas provienen de comunidades indígenas en los estados de Oaxaca y Guerrero. Se estima que 36.000 jornaleros agrícolas cosechan cultivos sólo en el condado de Ventura. Muchos tienen visas temporales de trabajo, pero una gran cantidad no cuenta con papeles.

Los activistas temen que esos trabajadores, que viven en lugares cerrados y son transportados en autobuses llenos, sean especialmente vulnerables al virus. Hasta el 28 de abril, el condado de Ventura tenía 508 casos reportados de coronavirus y 17 muertes.

En este sentido, los Carranza están relativamente a gusto. No viven en un motel o casa de huéspedes, como muchos trabajadores temporales, sino en la propiedad de McGrath, en una casa rodante. Los desplazamientos son un corto trayecto en coche. O… un buen paseo. Flavio sonrió cuando señaló hacia su casa.

“Solía salir por la tarde, recoger fresas de la enredadera y volver a casa. Y eso era todo”, dijo Flavio. “No sabía nada al respecto hasta que comencé a trabajar con mi padre y mi hermano hace unos cuatro años”.

Para un observador que pasa, los campos de cultivos pueden parecer algo común del paisaje. Pero en verdad, las tierras de cultivo siempre están cambiando. Los cultivos suben y bajan. Las granjas están divididas. Los pequeños agricultores alquilan tierras a los más grandes.

Las tierras de cultivo también son una red de empresas interconectadas que reflejan lazos profundos durante generaciones entre las familias propietarias de granjas de la vieja escuela. Es una red en la que los Carranza, de forma modesta, están intentando entrar.

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La empresa McGrath, iniciada en 1879 por el irlandés Dominick McGrath, una vez cubrió más de 5.000 acres. En 1971, la tierra se dividió entre parientes, y Phil McGrath comenzó a administrar los 300 acres ahora conocidos como McGrath Family Farm.

La mayor parte de esa superficie ahora se alquila a Reiter Affiliated Cos., una granja que abastece a Driscoll.

Hoy, quedan 30 acres en manos de pequeños productores, expuso Michael Roberts, otro pequeño agricultor de McGrath, quien habló en nombre de Phil McGrath. Roberts reveló que sobre la superficie de los pequeños propietarios que queda, McGrath está tratando de construir un legado para cuando ingrese a la jubilación.

“Los Carranza también me guiaron”, relató Roberts. “Me enseñaron cómo crecer, y en este punto, Phil ha creado un escenario donde hay una academia agrícola en ciernes”.

Incluso antes de la pandemia, los agricultores siempre enfrentaban incertidumbre y riesgos. Sequía, mucha lluvia, interrupción por incendios forestales, plagas. Los Carranza, por ejemplo, estaban luchando contra una infestación de ácaros en una pequeña sección de su cultivo de fresa.

A medida que se acerca Mayo, la industria de la fresa está conteniendo la respiración. California produce más fresas que todos los otros 49 estados combinados.

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Cuando se iniciaron los cierres, la demanda general de fresas en realidad aumentó, señaló Carolyn O’Donnell, directora de comunicaciones de la Comisión de Fresas de California. “Creemos que los consumidores se estaban dando cuenta de que las fresas son una opción saludable para comer”, manifestó.

¿Pero continuará esa tendencia? La demanda, dijo O’Donnell, “sube en el día de la madre y en graduaciones y cosas así, pero no estamos seguros de lo que sucederá este año”.

Otras preguntas consumen a la industria, así como a los muchos cocineros que podrían estar sentados en sus hogares desplazándose a través de noticias preocupantes. ¿Puede la maquinaria agrícola seguir activa durante una pandemia global? ¿Pueden los trabajadores esenciales, aquellos que cultivan y recogen nuestros alimentos, mantenerse seguros?

Javier Carranza
Javier Carranza endereza las líneas de irrigación.
(Mel Melcon / Los Angeles Times)

En el área de Oxnard abundan las organizaciones comunitarias y dirigidas por indígenas destinadas a ayudar y proteger a los trabajadores agrícolas. El Programa de Recursos para Trabajadores Agrícolas en el condado de Ventura está circulando información de seguridad sobre el coronavirus en los idiomas zapoteco, mixteco y triqui, que se hablan entre los indígenas del sureste de México, expuso Talia Barrera, la administradora del programa. También realizan actividades de divulgación en purépecha, la lengua indígena de Michoacán.

“Tenemos que seguir siendo creativos en nuestros esfuerzos de divulgación”, enfatizó Barrera. “Los productores se están adaptando e implementan las mejores prácticas”.

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Las llamadas en las redes sociales para cerrar “todo” no parecían prácticas bajo un frío análisis. “Sólo algunas estadísticas realistas”, dijo Barrera. “En el condado de Ventura, la industria agrícola es una de las más grandes. Aportan más de $2 mil millones, tan sólo las fresas. Tenemos más de 400.000 trabajadores agrícolas [en el estado] y debemos asegurarnos de que estén bien atendidos”.

Los líderes en la industria de la fresa orgánica dicen que también han intensificado su esfuerzo. Molly Gean, copropietaria de Harry’s Berries, dijo que sus recolectores mantienen una fila separada y usan mascarillas. Gean también elogió los mercados de agricultores, que se cerraron temporalmente en el sur de California, pero se han reabierto en muchos lugares con medidas de distanciamiento social más estrictas. “Han tomado medidas extraordinarias”, subrayó.

Aún así, los mercados no han resistido la pandemia particularmente bien. No sólo los cierres y las regulaciones se han disparado salvajemente desde que se iniciaron las órdenes de quedarse en casa -en un fin de semana South Pasadena estaba cerrado, pero Hollywood se encontraba abierto; otro fin de semana se revirtió- los clientes de restaurantes que compran en los mercados o hacen pedidos directamente de las granjas han sido diezmados por los cierres.

“Se desaceleró justo en el momento equivocado”, consideró Tony Carranza, de 20 años, hijo de Cruz y Olga.

Un miércoles reciente, su hermana Jennifer Carranza, de 24 años, vendía flores y fresas cultivadas por su familia en el mercado de agricultores de Santa Mónica. Ahora llevaba una mascarilla, al igual que todos los clientes y vendedores. “Es raro y diferente”, comentó Jennifer. “Nos estamos acostumbrando”.

Una semana después, la venta de flores, vista como no esencial, fue prohibida dentro del mercado de Santa Mónica, creando otro revés para los Carranza.

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Strawberries
Jennifer Carranza vende fresas el 1 de abril, antes de que se exigiera una máscara en el mercado de agricultores de Santa Mónica.
(Kent Nishimura / Los Angeles Times)

Hay signos de esperanza. La familia está viendo un aumento en los pedidos de los residentes locales para cajas de productos. Unos días a la semana, Flavio y Tony conducen entregando productos a las puertas de las personas.

Lo que no venden, la familia lo turna a los distribuidores de bancos de alimentos como Food Forward. En la granja McGrath, la tienda pública se llama Abundant Table.

A medida que la vida se cierra y la pandemia se afianza, la división entre la conciencia de las personas sobre lo que comen y de dónde proviene, dijo Flavio, se siente más pronunciada que nunca.

“La agricultura es algo que se acaba de lanzar a la sociedad, es muy abstracto para la persona común”, manifestó. “Por eso, estamos bastante desconectados. Muchas de las granjas son de propiedad familiar. ...no creo que lo vean”.

Con el coronavirus, toda la cadena del clan, de principio a fin, se ve afectada. El trabajo para preparar futuros cultivos se está poniendo en espera.

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“Antes de llegar a la parte real de vender el producto y las flores, hay una persona que tiene que cultivarlas en un invernadero”, dijo Flavio, refiriéndose al primer paso del cultivo de una semilla. “Para plantar algo en mayo, en este momento nuestro producto inicial tiene que estar plantando, para que podamos cosechar en julio. Está muy entrelazado. Si alguien no puede hacer su trabajo, es un poco más difícil para el resto de nosotros seguir adelante”.

En McGrath, una brisa del Pacífico a menudo es perceptible desde el otro lado de la llanura y Port Hueneme. Al crecer en esta tierra, relató Flavio, apenas imaginaba aprender los entresijos del comercio familiar. Flavio está inscrito en Cal State Channel Islands, con la esperanza de convertirse en maestro. Pero admitió sentir el tirón de los negocios de su clan.

Llueva o truene, los Carranza están ahí afuera, cuidando, alimentando, recogiendo. Javier y Cruz parecen saborear su libertad en el campo. “Es más pacífico”, dijo Javier. “Nadie nos ordena, todos saben lo que están haciendo y, bueno, eso es todo. Contento con ello”.

Strawberries
Javier Carranza describe la vida agrícola como pacífica. “Nadie nos da órdenes, todo el mundo sabe lo que hace y, bueno, eso es todo. Feliz”.
(Kent Nishimura / Los Angeles Times)

Para granjas grandes o pequeñas, el acto de cosechar es el mismo. Aunque los robots cosechadores han sido probados, las fresas sólo son recogidas y empacadas por manos humanas.

“Siempre que haya fresa para recoger, estaremos allí, porque dependemos de ella”, dijo Flavio. “Las familias dependen de eso”.

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De vuelta en la sección más madura de sus tierras, las fresas de Seascape eran de un color tan brillante que parecía que cada bulbo estaba a punto de estallar. “Están limpias”, dijo alentado el agricultor en ciernes.

¿Cómo lo supo?. “Tendrán polvo”, dijo Flavio riendo. “Pero en su mayor parte, eso es todo”.

Otro bocado, maldito polvo. Otra fresa explota en la boca, provocando un suspiro reflexivo.

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