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Ya no hay cuerpos en las calles, pero el coronavirus sigue golpeando a Ecuador con fuerza desproporcionada

Workers in protective suits wait next to coffins in pandemic-stricken Guayaquil, Ecuador
Empleados con trajes de protección esperan junto a una fila de ataúdes en Guayaquil, Ecuador, donde el coronavirus colapsó los frágiles sistemas de salud y mortuorios.
(Marcos Pin / AFP/Getty Images)

Las imágenes de los cadáveres en Ecuador alimentaron el temor del efecto del coronavirus en las naciones en desarrollo. Las infecciones aún no han alcanzado su punto máximo en otros lugares de América Latina.

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Las escenas espeluznantes de cuerpos que quedaban en las calles de la ciudad ecuatoriana de Guayaquil parecían distópicas, incluso en la era del coronavirus. “Esta urbe pacífica recibió una bomba desde el aire, como en Hiroshima”, le dijo la alcaldesa del lugar, Cynthia Viteri, a un entrevistador de televisión la semana pasada.

Las impactantes imágenes, que se hicieron virales en los últimos dos meses, fueron una advertencia sobre la capacidad del virus para colapsar los sistemas frágiles de salud y mortuorios, especialmente en los países en desarrollo. Pero a pesar de que tales escenas macabras se han desvanecido, el fantasma de Guayaquil -a la cual algunos ya se refieren como ‘la Wuhan latinoamericana’- se cierne siniestramente sobre una región donde no se espera que las infecciones aumenten hasta las próximas semanas y en otros países tan mal preparados como Ecuador.

En Brasil, los críticos han advertido que el enfoque negacionista del presidente, Jair Bolsonaro, quien consideró al virus como una “pequeña gripe”, podría tener un resultado apocalíptico. “Me temo que, si esto crece, Brasil podría ver algunos casos como esas imágenes horribles y monstruosas que atestiguamos en Guayaquil”, expresó el ex presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva al periódico británico The Guardian.

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La perspectiva de cuerpos en las calles sigue siendo un escenario de pesadilla en la región.

Claudia López, alcaldesa de Bogotá, capital de la vecina Colombia, indicó recientemente a un entrevistador de radio: “No quiero que nos convirtamos en la siguiente Guayaquil”.

Pero si bien los cadáveres ya no cubren las calles de esa ciudad ecuatoriana, la vida sigue lejos de la normalidad en el centro de negocios costero, de 2.8 millones de habitantes. Las infecciones y las muertes aumentan a diario, y Ecuador permanece cerrado y en cuarentena. La vida cotidiana y la economía están paralizadas en toda la nación sudamericana.

Los doctores le dijeron que tenía un 15 por ciento de probabilidades de vida

Abr. 9, 2020

La pandemia azota a Ecuador con una fuerza desproporcionada. El país, de 17.6 millones de habitantes, es la octava nación más poblada de América Latina. Sin embargo, ocupa el segundo lugar, después de Brasil, en cantidad de infecciones y muertes por COVID-19 en la región.

La semana pasada, el gobierno anunció que los casos confirmados de coronavirus en Ecuador habían llegado a 22.719. El total de decesos relacionados con el virus, incluidos los casos confirmados y los “sospechosos”, llegó a 1.636.

Casi el 70% de los casos en esa nación provienen de la provincia costera de Guayas, que incluye a Guayaquil. Y una estimación de la oficina de la alcaldesa de la cantidad de muertes por coronavirus durante marzo y abril -basada en el número promedio de fallecimientos durante ese período- muestra que las pérdidas de vidas relacionadas con el virus ya superaron las 7.000 sólo en esa urbe.

Brasil, que posee más de 10 veces el número de habitantes, tuvo casi 50.000 casos y cerca de 4.000 decesos, según cifras de la Organización Panamericana de la Salud, hasta el mediodía del viernes.

Sin embargo, las estadísticas oficiales de Ecuador son ampliamente consideradas como un recuento muy inexacto, en un país donde las pruebas han sido muy limitadas. “Las cifras son mucho más altas de lo que el gobierno quiere reconocer”, aseguró Juan José Illingworth, un matemático ecuatoriano y columnista de un periódico, que examinó los datos de cementerios para calcular cuántas personas mueren ahora en comparación con la tasa habitual.

Según el análisis de Illingworth, Guayaquil sufrió 6.948 probables decesos relacionados con el coronavirus entre el 21 de marzo y el 22 de abril; es decir, más de 217 por día.

En circunstancias normales, no pandémicas, detalló Illingworth, unas 38 personas mueren aproximadamente cada día en Guayaquil.

Es posible que el nuevo coronavirus pueda propagarse de persona a persona simplemente hablando, o incluso respirando, según estudios preliminares.

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El tope de la crisis, consideró el especialista, fue el 6 de abril, cuando los fallecimientos relacionados con el virus se dispararon a 460, imponiendo aún más estrés a los hospitales, las morgues y las funerarias, ya abrumados.

La ciudad, consideró, “ha sufrido el equivalente a 10 terremotos”. En 2016, un sismo mató a unas 670 personas en todo Ecuador.

Los datos oficiales del departamento de registro civil de Ecuador, que mantiene la documentación de nacimientos y muertes en todo el país, confirman que el área de Guayaquil experimentó un aumento extremo de la mortalidad. En la provincia de Guayas se registraron 13.162 decesos entre el 1º de marzo y el 22 de abril del corriente año, según el registro. Eso se compara con las 3.771 muertes durante marzo y abril en 2019, y las 3.459 durante el mismo bimestre en 2018.

El calor y la humedad extrema de la zona tropical de Guayaquil -la ciudad se encuentra al nivel del mar, a unas 152 millas al sur del ecuador- claramente no frustraron el contagio. Eso parecería socavar las afirmaciones del presidente Trump y otros, de que el advenimiento del clima más cálido en el hemisferio norte podrá reducir la tasa de infecciones.

Una combinación de factores probablemente contribuyó al inmenso número de víctimas en Guayaquil, una bulliciosa ciudad portuaria, llena de mercados al aire libre y una vibrante vida callejera.

Las fiestas tradicionales en el sofocante mes de febrero hicieron que muchas personas estuvieran al aire libre, en partidos deportivos, actuaciones culturales, bodas y otros eventos públicos. Muchos probablemente propagaron el contagio sin saber que estaban infectados. “Guayaquil se convirtió en una bomba de distribución del virus”, consideró el Dr. Marcelo Aguilar, epidemiólogo ecuatoriano.

Mientras tanto, muchos turistas optaron por volar hacia o desde España e Italia, donde viven grandes cantidades de inmigrantes ecuatorianos. Esas dos naciones mediterráneas fueron los primeros puntos neurálgicos del coronavirus en Europa. Algunos viajeros trasladaron el virus a Guayaquil desde el Viejo Continente.

A medida que la pandemia de coronavirus se hace más sombría, los jóvenes están considerando la posibilidad de mudarse a casa con sus padres y la familia extendida. Pero eso presenta riesgos.

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La primera muerte por coronavirus en Ecuador se informó en Guayaquil el 13 de marzo. La víctima fue una mujer de 71 años, que había regresado recientemente de España.

Los residentes de Guayaquil, remarcan los expertos, también tardaron en prestar atención a las órdenes iniciales de cierre emitidas desde la capital, Quito. Las ventas callejeras en la economía informal son un pilar en una metrópoli que presenta profundas disparidades económicas: residentes ricos y de clase media, algunos que residen en comunidades cerradas exclusivas, coexisten con multitudes de pobres, abarrotados en casas y apartamentos donde el distanciamiento social es un desafío.

Para muchos, estar al aire libre es el único respiro en medio del calor implacable. “Guayaquil es una ciudad muy poblada, con grandes movimientos de residentes”, señaló Aguilar. “Pero también es muy desigual”.

El 24 de marzo, a medida que el número de muertes e infecciones se disparaba, el gobierno impuso un toque de queda desde las 2 p.m. hasta las 5 a.m., a nivel nacional. Decenas de infractores fueron detenidos. Las habitaciones de hotel en Guayaquil fueron reservadas para las crecientes filas de enfermos.

Entre los infectados se encontraban funcionarios, como la alcaldesa Viteri y su esposo. Ambos fueron puestos en cuarentena, y eventualmente se recuperaron. La alcaldesa, de 54 años, una excandidata presidencial, envió mensajes frenéticos por Twitter durante la crisis. Con temor a un contagio importado de Europa, la funcionaria envió vehículos municipales a la pista del aeropuerto para bloquear un par de vuelos internacionales de Iberia y KLM, que debían aterrizar en Guayaquil. Los aviones habían sido enviados para recoger a ciudadanos europeos varados en esa ciudad, en medio de la cuarentena. Los equipos planeaban quedarse en la ciudad hasta que los vuelos despegaran nuevamente. “No traigan gente de Europa a Guayaquil”, advirtió la alcaldesa en un mensaje de video. “Asumo la responsabilidad de proteger a mis ciudadanos”.

A medida que el número de casos se disparó y los sistemas de saneamiento y mortuorios colapsaron, en marzo comenzaron a aparecer en las calles cuerpos dispersos. Algunos eran restos de indigentes; otros habían sido abandonados por sus familiares u otras personas que enfrentaban una situación agonizante: los cadáveres se descomponían en los hogares, con el clima de 90 grados durante el día, y las autoridades sitiadas no respondían.

Una familia le dijo a un periódico ecuatoriano que el cadáver de un abuelo había permanecido en la casa durante cuatro días hasta que los funcionarios finalmente se lo llevaron. El video de una mujer suplicando a las autoridades que recojan los restos de su esposo del hogar familiar se volvió viral. “No sé cuánto tiempo tengo que esperar”, decía la viuda.

Las imágenes de los cuerpos en aceras y esquinas, en puertas y pórticos, conmocionaron al mundo. En gran medida no hubo visibilidad de los muchos más cadáveres que se acumulaban también en hospitales, morgues y hogares.

Finalmente, equipos de saneamiento llegaron al lugar para recoger cientos de cuerpos en calles, hospitales y residencias. Muchos restos terminaron en ataúdes de cartón donados y fueron enterrados en cementerios improvisados por la crisis.

Hoy, las escenas macabras fueron reemplazadas por imágenes del personal sanitario en trajes aptos para tratar materiales peligrosos y batas de laboratorio, que fumigan calles y reparten kits de desinfectantes, medicamentos, alimentos y otros elementos básicos a los habitantes de barrios marginales y otros en Guayaquil. La oleada de muertes diarias disminuyó desde el tope de principios de abril, remarcan las autoridades, que con esperanza esperan que la marea haya cambiado de una vez, en una batalla que alguna vez pareció perdida en las calles.

La provincia de Guayas reportó 56 decesos el miércoles pasado, según datos del registro civil, por debajo del tope de más de 600 que ocurrían a principios de abril. “Finalmente dimos la vuelta; dejamos de huir del virus y comenzamos a perseguir al enemigo”, destacó Viteri a un entrevistador de televisión la semana pasada. “Como en Esparta”.

El periodista de planta McDonnell informó desde Ciudad de México y el corresponsal especial Jaramillo Viteri desde Quito. La corresponsal especial Cecilia Sánchez, en la Ciudad de México, contribuyó con este informe.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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