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Para los adolescentes, menos tiempo con teléfonos inteligentes es sinónimo de mayor felicidad, sugiere un estudio

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Una caída precipitada en la felicidad, la autoestima y la satisfacción de la vida de los adolescentes estadounidenses se produjo cuando su posesión de teléfonos inteligentes se disparó de cero al 73% y comenzaron a dedicar una mayor parte de su tiempo en línea.

¿Coincidencia? Una nueva investigación sugiere que no lo es.

En un estudio publicado este lunes en la revista Emotion, psicólogos de la Universidad Estatal de San Diego y la Universidad de Georgia utilizaron datos sobre el estado de ánimo y los medios de comunicación personal -recogidos entre aproximadamente 1,1 millones de adolescentes- para descubrir por qué décadas de felicidad y satisfacción entre los jóvenes estadounidenses cambiaron repentinamente de rumbo en 2012 y disminuyeron con fuerza en los siguientes cuatro años.

¿Fue esta repentina reversión una respuesta a una economía que se derrumbó en 2007 y continuó mal hasta 2012? ¿O tuvo sus raíces en un evento crucial distinto: la introducción del teléfono inteligente en 2007, que puso todo el mundo online al alcance de los dedos del usuario?

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Los teléfonos inteligentes fueron una innovación tecnológica adoptada como ninguna otra: en 2012, la mitad de los estadounidenses (y aproximadamente el 37% de los adolescentes) contaban con uno. Para 2016, el 77% de todos los estadounidenses tenían un iPhone o aparato similar, incluido al menos el 73% de los adolescentes.

La evidencia de su efecto en los adolescentes es ampliamente conocida. Algunos estudios muestran que cuanto mayor sea el tiempo dedicado al contenido en línea y las redes sociales, más infeliz será el niño. Otros han encontrado evidencia de que la participación en las redes sociales juega un papel positivo en la imágenes personal de los adolescentes.

Eso llevó a algunos a sugerir que hay un “punto ideal” en el uso de los medios sociales. Cuál es, nadie lo sabe.

En el nuevo estudio, los investigadores trataron de hallarlo al sondear un tesoro de respuestas de alumnos de octavo, décimo y duodécimo grado, a las preguntas sobre cómo se sienten con sus vidas y cómo usan su tiempo.

Así, descubrieron que entre 1991 y 2016, los adolescentes que pasaban más tiempo en pantallas y comunicación electrónica (redes sociales, mensajes de texto, juegos electrónicos, internet) eran menos felices, estaban menos satisfechos con sus vidas y tenían menor autoestima. Mirar televisión, que disminuyó durante las casi dos décadas que revisaron, estaba relacionado de manera similar con un menor bienestar psicológico.

Por el contrario, los adolescentes que pasaban más tiempo en actividades no relacionadas con las pantallas tenían un mayor bienestar psicológico. Tienden a profesar una mayor felicidad, contar con más autoestima y expresar más satisfacción en sus vidas.

Si bien estos patrones surgieron en el grupo como un todo, fueron particularmente claros entre los estudiantes de octavo y décimo grado, hallaron los autores: “Cada actividad no relacionada con la pantalla se correlacionaba con mayor felicidad y cada actividad con la pantalla se ligaba con menos felicidad”.

La encuesta que 1.1 millones de adolescentes respondieron entre 1991 y 2016 (llamada Monitoreo del Futuro) no rastrea un solo grupo de menores de un año a otro. Por lo tanto, los investigadores no pudieron sacar conclusiones sobre la evolución de la felicidad y la autoestima de un joven individual sobre la base de cómo pasó su tiempo.

Pero al observar las instantáneas grupales de los niños que se tomaron en un año determinado pudieron discernir patrones consistentes (correlaciones) entre cómo éstos pasaban su tiempo y qué tan satisfechos estaban con ellos mismos y con sus vidas.

Reunidas, esas instantáneas también produjeron una imagen clara: el bienestar psicológico de los adolescentes fue inferior en los años en que, como grupo, pasaron más tiempo en línea, en las redes sociales y leyendo noticias online, y cuando más estadounidenses tuvieron teléfonos inteligentes. En cambio, fue superior en años en que los jóvenes habían pasado más tiempo con sus amigos en persona, leyendo medios impresos y haciendo ejercicio y deportes.

Otra cosa muy distinta es mostrar que los teléfonos inteligentes -y el aumento del tiempo en línea que trajeron aparejado- son la causa de la creciente angustia de los jóvenes. Para hacerlo, los investigadores necesitaron alinear posibles “causas” y “efectos” con un retraso de un año, y ver si la correlación aún se mantenía.

Efectivamente, la trayectoria descendente del bienestar psicológico siguió de cerca las tendencias de adopción de teléfonos inteligentes y el tiempo pasado en línea, y no al revés.

El análisis también sugirió que la Gran Recesión no explicó el deterioro nacional del estado anímico de los adolescentes. Un aumento en la desigualdad del ingreso y la caída en el producto interno bruto se correlacionaron con la disminución de la felicidad y la satisfacción. Pero el desempleo alcanzó su punto máximo en 2010 y el bienestar psicológico de los jóvenes comenzó a disminuir después de 2012. Su satisfacción no aumentó o disminuyó constantemente en respuesta a los cambios en el ingreso familiar mediano, el promedio industrial Dow Jones, la tasa de desempleo o la matrícula universitaria (que también es un indicador económico).

“El cambio repentino del bienestar en 2012-2013 sugiere que las tendencias en el uso del tiempo de los adolescentes alcanzaron un punto de inflexión alrededor de ese año, tal vez debido a la saturación del mercado de los teléfonos inteligentes en ese período”, escribieron los autores, Jean M. Twenge y Gabrielle Martin, de la Universidad Estatal de San Diego, y W. Keith Campbell, de la Universidad de Georgia.

De hecho, señalaron, después de que la posesión adolescente de teléfonos inteligentes comenzó a estabilizarse, en 2014-2015, también disminuyó la felicidad y la autoestima de sus usuarios.

Es posible que los adultos también experimenten un cambio en su felicidad a medida que proliferan estos dispositivos. Pero Twenge, Martin y Campbell sugieren que los adolescentes -que fueron de primeros en navegar esa etapa de la vida con una gama completa de ofertas online en sus manos- podrían ser únicos en su respuesta.

“Las modificaciones bruscas en el uso del tiempo y el bienestar de los jóvenes sugieren un posible cambio generacional entre los nacidos después de 1995”, escribieron. Quizás, agregaron, el límite para la generación conocida como los Millennials (aquellos nacidos entre 1980 y 1999) debería detenerse en 1995.

Una nueva generación ahora domina las muestras de investigación de adolescentes y jóvenes en edad universitaria. Estos podrían llamarse iGen, escribieron los autores, y su rápida adopción de la tecnología de los teléfonos inteligentes a principios de 2010 puede dejar una marca en sus psiques jóvenes, que los distinguirá de los Millennials.

Traducción: Valeria Agis

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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